lunes, 4 de febrero de 2013

Pequeños infortunios

Hoy hablaré de desgracias. Pero no sufras, nada grave.Pequeños infortunios insignificantes que simplemente te amargan la vida o al menos te la joden un poquito.

Por ejemplo, que te engorde la fruta.


Imagen de Young Woman en flickr

Ponerte a dieta, pasar más hambre que la Beckham y  que la báscula se mantenga impávida ante tu esfuerzo porque, tócate el moño, resulta que te engorda la fruta. ¡Venga hombreee, no hay derecho!

Y no empieces con el rollo de que  tiene mucho azúcar y que la lechuga por la noche hace retener líquidos porque no me sirve. Y te voy a explicar por qué.

En mi mundo de fantasías y gamusinos, los cuerpos rechonchos o generosos, como me gusta llamarles a mi, son como souvenirs vivientes de gozos culinarios.

Por ejemplo, las cartucheras vendrían a ser el recuerdo de las últimas cenas; las lorzas de la barriga como una camiseta carnal que reza " Alguien que me quiere mucho fue al súper y me compró estos bombones" ( que yo devoré sin pestañear y ahora tienen esta forma) ; y como no, la distinguida papada, que sería el " Oscar de honor al mejor tragaldabas; por una vida llena de chorizos, morcillas y dulces varios".

Cada pliegue, cada acumulación adiposa lleva implícito un sabroso recuerdo: una entrañable comilona con amigos, una aburrida tarde de domingo de sofá, manta y  atracones trans, una noche de cine y palomitas. Y coca cola. Y chucherías. Y patatas.Y hamburguesas, con doble de queso, beicon y mayonesa.Y helado después,con toppings y extra de caramelo...

Son momentos de placer gastronómico que se nos fueron de las manos.

Lo que quiero decir es que si hay que engordar se engorda, asumimos la culpa. Ahora bien, que sea con dignidad y por una buena causa, no por la fructosa de las peras.




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