miércoles, 29 de septiembre de 2010

Pura casualidad

Como venía siendo habitual desde hacía algunos meses, miró el buzón al llegar a casa con la esperanza de encontrar una postal .Ese día hubo suerte, al introducir la mano en la abertura notó su tacto inconfundible. Le parecía muy romántico recibir correspondencia en una época donde impera lo digital.



Abrió el sobre con cuidado sabiendo que tendría que reutilizarlo y empezó a leerla. Entre piropos y halagos le describía la ciudad en la que ahora estaba. Cada mes una distinta. Se despedía como siempre recordándole lo mucho que la quería y cuánto la extrañaba. Le daba mil besos y un millón de abrazos. A juzgar por cómo se expresaba debía de ser un hombre culto, algo mayor que ella, rondando los 50. Había inventado su propio amante, un tipo atractivo, interesante y cariñoso a quien ni siquiera conocía.


Le encantaban sus palabras. Palabras atentas, cercanas, cómplices, palabras para ella ya olvidadas que hacía mucho tiempo que no oía y que tampoco tenía ganas de decir. Cogió la postal y la devolvió al sobre, chupó el borde para cerrarla. Le supo amargo. Al día siguiente la llevaría personalmente a su destino. Una dirección idéntica a la suya: el mismo número, mismo piso, misma puerta, de una calle con el mismo nombre de la plaza en la que ella vive. Pura casusalidad, mera coincidencia, suficiente para confundir a un cartero despistado y hacerla soñar a ella con una historia que no era suya.


Como venía siendo habitual desde hacía algunos meses, escribió mentalmente la carta que le escribiría si tuviese oportunidad.Lo hacía mientras preparaba la cena con prisa. Se le había hecho tarde y su marido estaba a punto de llegar. Probó la sopa que cocinaba y no le gustó. Le supo amarga.